A Elena Laura, pintora del alma, y a Lolo, ya
en su Arcadia, este alhambramiento.
Apareciste de pronto para marcharte,
tu recuerdo regresa con olor a pérdida
de un río desbordado, mi voz
silente pronuncia tu nombre.
Luz de jardines, sueño despojado,
flor de noche, alma de aire,
cicatrices sobre las viejas heridas
y las cascadas rebeldes de tu voz
erigen la brisa que avienta
la isla de claridad donde ahora habitas.
Con el temblor de quien teme equivocarse,
como suelen vivir todos los hombres
que ya conocen la pérdida,
te digo que en el centro de tu pecho,
desde un vértigo insondable
y con la vida al reverso de la senda,
tu alma no logró acostumbrarse
a la hoguera equidistante de la luz y la tiniebla,
ni al doble dolor de lejanías sin salida
porque tú eras un hombre de luz.
Ahora, bajo esta lluvia de ecos
y por si vinieran tiempos de silencio
para un hombre como tú
cuyo futuro ha sido demolido,
por el líquido espejo de la poesía
abro mi corazón a ti que ya emprendiste
tu viaje a ítaca y llegaste a la isla de claridad
tan buscada, tu Arcadia.